Se sabe que comer rápido de forma habitual no es saludable y aquí te damos las razones por las que no deberías hacerlo…
Comer sin pensar
De igual manera que muchas personas hablan sin pensar, tantas otras comen sin pensar. Y ninguna de las dos es recomendable. Comer rápido no permite que pensemos lo suficiente en qué estamos comiendo. Y pensar lo que comemos es tan importante como pensar lo que decimos, la razón es muy sencilla, que si no planificas lo que comes y no preparas lo que comes, comerás cualquier cosa de comida chatarra que sea muy gustosa y poco saludable, por lo que nuestra dieta se vuelve desequilibrada.
Así que, comer rápido puede hacer que olvidemos, de manera inconsciente, qué hemos ingerido, algo fundamental para seguir una dieta equilibrada. Una estrategia para evitar comer sin pensar es hacerlo lejos de los videojuegos, lejos del ordenador y, desde luego, lejos de la televisión.
No se inhibe el apetito con eficiencia.
Pensar (y mirar) lo que comemos se relaciona con la saciedad, un mecanismo que no es en absoluto sencillo. Mejor establecido está, en todo caso, que comer rápido afecta de forma negativa al mecanismo de la saciedad. Es decir, cuando comemos rápido es muy probable que comamos más.
La saciedad, es una condición de carácter multifactorial. Influyen en ella mecanismos como la distensión estomacal.
También las glucemias son capaces de determinar la supresión del apetito. De todos modos, en la boca existen ya unos receptores de glucosa que, si son correctamente estimulados, pueden poner en marcha ciertas reacciones fisiológicas saciantes.
Por este motivo, comer despacio incrementa la cantidad de glucosa que se puede absorber a nivel bucal, generando así una progresiva supresión del apetito. Las personas que mastican bien los alimentos, con calma, son menos propensas a ingerir cantidades excesivas luego, lo cual es provechoso para controlar el sobrepeso.
Comer a altas velocidades complica la digestión y favorece el sobrepeso, al no saciar el apetito.
Si no hay sensación de saciedad, nuestro cerebro, al cabo de 20 minutos, interpreta la señal de un estómago lleno. Por lo tanto, es normal que dejemos de comer. Sin embargo, si nuestra comida apenas dura 10 minutos, nunca tendremos esa sensación de comer demasiado.
Se gana peso
De lo explicado hasta ahora se puede deducir que no solo el tamaño de la ración condiciona lo que comemos, sino que también lo hace la velocidad a la que ingerimos. Ambos factores nos hacen proclives a ganar peso, aunque todo dependerá de la frecuencia con la que consumamos grandes raciones de alimentos y comamos deprisa.
Comer a gran velocidad podría ser un factor más de los que contribuyen a la ganancia de peso y a la obesidad. Y, por ello, si reducimos la velocidad a la que comemos esto servirá para disminuir el consumo de energía y esto sería una estrategia para prevenir y tratar la obesidad».
Perder salud
Comer a toda velocidad puede hacer que nos alimentemos peor (por una mala selección de los productos disponibles) y que ganemos peso. Ambos factores pueden deteriorar nuestra salud a largo plazo. Una mala alimentación es un factor clave en el desarrollo de las llamadas enfermedades no transmisibles, responsables de la mayor parte de las muertes prevenibles en nuestra sociedad. La obesidad, por su parte, también aumenta el riesgo de dichas enfermedades, además de suponer una de las principales cargas económicas en los países desarrollados. Hoy por hoy, el gasto que implica abordar la obesidad asciende a entre un 2% y un 20% del presupuesto sanitario.
Se aumenta el riesgo de molestias gástricas
Mucha gente sufre de problemas digestivos en el mundo. En ausencia de alguna patología concreta que los justifique, estas situaciones pueden estar motivadas por una mala masticación de los alimentos.
El hecho de comer muy rápido no permite desmenuzar los productos en la boca, por lo que tanto el estómago como el intestino tienen que realizar un esfuerzo mayor. Esto se refleja en una reducción de la velocidad digestiva, así como en un incremento del riesgo de molestias.
Por otra parte, engullir los alimentos provoca que se trague cierta cantidad de aire. Esta situación es perjudicial para quien tiene ya tendencia a generar flatulencias a nivel intestinal. Además, el paso de todo este gas a lo largo del tubo digestivo es capaz de causar molestia y dolor.
Malestar digestivo debido al reflujo que puede ocasionar la acidez de tanta comida o que apenas demos tiempo para masticar correctamente los alimentos. Si dedicáramos los minutos oportunos a cada bocado, aprovecharíamos mejor los nutrientes, así como sus maravillosos sabores.
Dar mal ejemplo.
Cuando comemos rápido estamos transmitiendo un mal modelo a nuestros hijos, que nos toman como referentes a seguir. De ahí que a los consabidos consejos de predicar con el ejemplo en la mesa (sea con nuestros modales o, también, con el seguimiento habitual de una dieta saludable), de apagar la televisión y de respetar las sensaciones de hambre y saciedad de los niños, no está de más añadir otra recomendación: comer sin prisas. Nos permitirá disfrutar no solo de la comida, sino también de la impagable compañía de nuestra familia.